Valentía por Jesús
En el año 155 d.C., Policarpo, uno de los padres de la iglesia primitiva, fue amenazado con morir en la hoguera por su fe en Cristo. Entonces, respondió: «He sido su siervo durante 86 años, y nunca me ha fallado. ¿Cómo puedo ahora blasfemar a mi Rey que me salvó?». Su respuesta puede ser una inspiración para nosotros al enfrentar pruebas extremas por nuestra fe en Jesús, nuestro Rey.
Tiendas cansadas
«¡La tienda está cansada!». Esas fueron las palabras de mi amigo Paul, que pastorea una iglesia en Nairobi, Kenia. Desde 2015, la congregación ha adorado en una estructura similar a una tienda. Ahora, Paul escribe: «Nuestra tienda está gastada y gotea cuando llueve».
Correr hacia Jesús
En un viaje a París, Bernardo visitó uno de los renombrados museos de la ciudad, y aunque no era estudiante de arte, quedó deslumbrado ante la pintura de Eugene Burnand, Los discípulos Pedro y Juan corriendo al sepulcro la mañana de la resurrección. Sin palabras, los rostros de Pedro y Juan y la posición de sus manos dicen mucho, invitando a los espectadores a ponerse en el lugar de ellos y compartir sus emociones cargadas de adrenalina.
Cuando la angustia es grande
Hace muchos años, una amiga me dijo lo atemorizada que se sintió al intentar cruzar la calle en una intersección de varios caminos. «Nunca había visto algo así. Estaba tan aterrada que esperé, subí a un autobús y le pregunté al conductor si me permitía pasar al otro lado de la calle. Me llevaría mucho tiempo antes de aprender a cruzar con éxito esa intersección; primero, como peatona, y más adelante, como conductora».
Misericordia para ti y para mí
Una de las consecuencias de la pandemia de COVID-19 fue la recalada de los cruceros y la cuarentena de los pasajeros. The Wall Street Journal publicó un artículo con entrevistas a algunos de los turistas. Comentando acerca de las oportunidades de conversar que le brindó la cuarentena, un pasajero bromeó sobre cómo su esposa —que tenía una memoria excelente— pudo reflotar cada transgresión que él había cometido, ¡y sentía que ella aún no había terminado!
Bendito arrepentimiento
«QUEBRADO» era el apodo de Gerardo, e incluso lo había grabado en la matrícula de su coche. Aunque no tenía un sentido espiritual, encajaba con este apostador, adúltero y engañador de mediana edad. Estaba quebrado, emocional y financieramente, y lejos de Dios. Sin embargo, todo eso cambió una noche cuando el Espíritu de Dios lo convenció de pecado. Esa noche, confesó pecados que pensó que se llevaría a la tumba y aceptó el perdón de Jesús. Durante los próximos 30 años, el hombre que no creía que llegaría a los 40 vivió y sirvió a Dios como un creyente en Jesús. Cambió sus matrículas de «QUEBRADO» a «ARREPENTIDO».
Rescate en aguas profundas
En agosto de 2021, las precipitaciones triplicaron lo pronosticado en una ciudad de Tennessee. Como resultado, 20 personas murieron y cientos de casas fueron destruidas. De no haber sido por la compasión y la destreza del piloto de helicópteros Joel Boyers, la pérdida de vidas humanas habría sido mayor.
Una casa sin divisiones
El 16 de junio de 1858, Abraham Lincoln, el entonces nominado candidato para el Senado de Estados Unidos, dio su famoso discurso «La casa dividida», donde señalaba las tensiones entre diversas facciones con respecto a la esclavitud. Lincoln consideró importante usar la figura retórica de la «casa dividida» que empleó Jesús en Mateo 12:25, porque era bien conocida y expresada con sencillez. Usó esa metáfora «para que sacudiera la mente de la gente a fin de que despertara al peligro del momento».
¡Solo pide!
Los gritos de alegría que subían del sótano eran de mi esposa Shirley. Había luchado con un proyecto de un boletín informativo durante horas y quería terminarlo. Ansiosa e indecisa sobre cómo avanzar, oró a Dios por ayuda. También contactó a amigos en Facebook; y poco después, el trabajo estuvo listo… un esfuerzo de equipo.
Él conoce mi corazón
Después de que un cliente completó su transacción en una estación de autopago, me dirigí hacia allí y empecé a escanear mis productos. En forma inesperada, una persona visiblemente enojada me confrontó. No me había dado cuenta de que, en realidad, le tocaba el turno a ella. Al reconocer mi error, le dije con sinceridad: «Lo lamento». Me respondió (aunque con otras palabras más intensas): «¡No, no lo lamentas!».